AbracaAdabrá.Ediciones

viernes, 20 de noviembre de 2015

iairmenachem@fb ---> menachemedia

un nuevo adelanto del libro que se está cocinando para abrigar la conciencia de todos: XI ¡CUANTO DUELE Y NOS DELATA LA INCURRENCIA DEL AMOR! Quiso su buena fortuna que Nad y Ust coincidieran en el mismo vagón de aquel tren, y ocuparan asientos contiguos. Ust viajaba al mar por unas horas; quería intuir el destino de Logoi. Nad sólo quería llegar donde Gracia sin aviso: cuanto había oído de ella le sabía amable. Ella también incorporaba sus llagas y cicatrices a la realidad de quien era, y también hallaba en falta el espejo, y esa falta era la grieta por la que decaía una y otra vez en las llagas y cicatrices que no podía ver cabalmente por falta de un espejo, y entonces dolían y daban miedo. Ust estaba sentado junto a la ventanilla, leyendo atento, cuando Nad tomó asiento, en lo que más pareció un salto a las alturas. Se acomodó, y empezó a atraer hacia sí la realidad de Gracia. Hacía gestos de “ven” con su mano izquierda, imaginando y recibiendo cada dato, cada detalle, de la conciencia de ella; atraía hacia sí y el amor se expandía en círculos concéntricos hasta abarcarla. La conversación nació de una circunstancia textual: la mirada de Nad se paseó por su costado, y el libro de cuentos que Ust leía llamó su atención. Sus ojos pararon en una frase subrayada con birome, que decía “entonces don Miguel se paró de espaldas a la escalera, para subir hacia atrás, como quería Cortázar”. Pocos días antes había releído las instrucciones para subir una escalera, con su addendum al respecto de escaleras que te llevan hacia tras, y te fuerzan a negociar con el vértigo de la perspectiva. El dejà-vu es demasiado obvio; de seguro es sólo la estrecha entrada a un hondo túnel de metáfora recurrente, de sincronicidad exasperante. Subir la escalera de espaldas para descubrir a Gracia desde lo alto, desde otro lado. Decirla decidirla. Decir con insistencia el encuentro. Pues decir las cosas en voz alta, hace que se cumplan. ¿Y de dónde sale la fuerza que conduce a las cosas dichas a consumarse? Del que decir que decir las cosas en voz alta hace que se cumplan, hace que se cumpla que decir las cosas en voz alta hace que se cumplan; y decir que decir que decir las cosas en voz alta hace que se cumplan, hace que se cumpla que decir que decir las cosas en voz alta hace que se cumplan, y así hasta el infinito, hasta el infinitésimo, en una espiral cuántica que se alimenta de sí misma, como una víbora intangible comiéndose desde la cola hasta que su propia cabeza pega un giro möebiusiano y es deglutida por el tubo voraz de sí y todo su cuerpo siempre detrás suyo bajo otra piel más, y otra y otra más, y son todas sus pieles interminables desdobles de lo mismo. Se había quedado pensando como suspendido, con los ojos fijos en el libro de Ust, que se dio cuenta y le estrelló la ensoñación en voz baja: ¿Tú también?. Nad lo miró desconcertado, y Ust prosiguió: no leía ya. Mira, me quedé pensando en qué es lo que sucede cuando subes la escalera esa hacia tras. Lo experimento todo el tiempo, retrocediendo unos pasos de espaldas hacia la cima en la ladera de mi montaña, con todo el paisaje del valle a mis pies. Inevitablemente, a cada peldaño, a cada paso hacia tras y más arriba, la visión es más general, más abarcadora: kilómetros y kilómetros de senderos y lomas y verdes diversos mechados de hilos y manchas azules, y como bostazos de civilización industrial salpicados aquí y allá. Y sólo así puede ser, pues la visión de los ojos es limitada, y la capacidad de atención multidireccional de nuestra conciencia lo es aún más. Pero fíjate: de pronto noto, hacia el noroeste, un punto que puedo identificar, adivinando, aunque no le vea sino como manchita informe apenas . Es fácil: una colonia agrícola que se halla a los pies de una meseta de dibujo inconfundible; una colonia agrícola que conozco bien, y conozco de sus gentes, y tengo memoria de su clima, del dibujo monótono de sus senderos de barro, del aroma del viento que sopla caliente por las noches. En un punto del paisaje vagamente conocido hay una realidad puntual con la que mi conciencia se halla tácitamente en conexión. Y al verle así de lejos, es como si todos mis referentes a su respecto acudieran en tropel a mi presente. Estoy lejos y arriba, mas le veo como lo evoco dentro mío. Ese punto solo me toca como casi nada más de todo mi paisaje me toca. Cuanto más arriba voy de espaldas, tiendo a ver sólo los números grandes. Un incendio en una casa cualquiera en alguno de los poblados me pasará inadvertido; tiene que incendiarse todo el valle para consternarme. Mas si veo la más mínima voluta de humo elevarse de donde sé a esta colonia agrícola a los pies de la meseta, enseguida acudirán a mi conciencia las sensaciones de la cabaña inhóspita del viejo Juan, los graneros imponentes, la callecita lateral en la que todos son parientes, el almacén de todo lo que pueda hacer falta frente a la plaza; y de algún modo, la referencia del humo superpuesta a todo mi álbum sensorial del lugar abrirá en mí canales de ansiedad, de contrición, de angustia. Ay -agregó, y entonces Nad le interrumpió: ¡si sólo pudiéramos tener control de ese foco tan potente y audaz! El tren andaba velozmente, casi no hacía ruido. Por la ventanilla, veían pasar un agitada serie de árboles y edificios y gentes y automóviles y algún avión y carteles y mercados y las formas inciertas de las nubes que se sucedían sin moverse, sin descanso. Nad continuó, implacable: ayer fueron asesinados cuatro, en un atentado terrorista, en una ruta del sur. Lo escuché en la radio; y en el instante mismo fue como si se desplomase el contenido de un enorme saco de harina sobre mí, un ufffffff ronco de las entrañas del alma, un acordar otro eslabón más a la serie informe de la desazón que te corroe por dentro. Pero lo cierto es que tuvo fin el corto noticiero, y entonces sintonicé un concierto de una orquesta exquisita tocando las suites Peer Gynt de Edvard Grieg, a cuyo compás ensayé un par de juegos de naipes, encendí el hogar con unos troncos enormes y duraderos, y me sumergí en la lectura de unos apuntes de mi amigo Ter. Pasaron un par de horas, y por alguna razón, volví a sintonizar las noticias en la radio. Dijeron que ya se sabía la identidad de los asesinados, y dieron sus nombres. Al tercero di un respingo: nombre y apellido del hermano menor, que no conozco, de un amigo muy querido. Se rompieron los diques y todas las desazones juntas se derramaron en mi conciencia, en una ola de ácido furiosa que fluyó en cascada estentórea hasta mi corazón que se hizo pedazos alariendo de dolor, la sangre hirviendo derramada en la cabeza y entonces un frío atroz, y multitud de postales filosas de mil futuros posibles que ya no serían me tajeaban el rostro y como que explotaban suicidándose y se incendiaban dentro mío que moría con cada instante que había muerto sin nacer. Apagué la radio. Cerré los ojos, fui hacia dentro a buscar ese dolor fulminante, a tocarlo, a familiarizarme con él, a incorporarlo. A abrazarlo y llorarlo. A consentirlo. Envié a mi amigo un mensaje de texto que decía “oí las noticias, y de pronto se me quebró el corazón de dolor. ojalá me respondas que no es él. abrazo, impotente de grandeza, y el día se volvió noche, y conviene creer que tras la noche brillará luz. contigo”. Mi corazón casi dejó de latir durante los minutos que transcurrieron hasta que me respondió: “no es él. Ya muchos nos llamaron por lo mismo”. Le contesté de inmediato: ufffff, qué terrible. Y luego agregué: “ve cuánto modifica la conciencia la cuestión esta del foco; un detalle mínimo preciso en medio de la marejada uniforme de malas noticias, y ya no hay fuerza para soportar la realidad cotidiana a la que nos hemos habituado, anestesiados de indolencia y desesperanza”. Porque es como tu visión desde arriba de la montaña, que es imposible ver todo, que es imposible ver sino lo que ya tienes visto y el mundo con que interactúa, y entonces los ojos de la conciencia un día se tientan de ver al mundo que interactúa con ese mundo, y a todos los mundos que interactúan con él, y fatalmente te mueres de deleite o de dolor ante lo impenetrable de la ecuación última que a cada paso se aleja más de tí, ante lo inabarcable por la conciencia que estalla entonces si no se apaga. Ust rió interrumpiéndole, tosió, y dijo con un chispazo de travesura en la mirada: Conviene nadar contra esa corriente. Basta la planta del pie con todo su mapa de puntos de acu y dígitopuntura, para tratar afecciones en todos los órganos de todo el resto del cuerpo. En los textos perfectos, es posible deducir de cada letra el texto entero. Es de perogrullo: no puedes hacer ni decir ni pensar nada que no incida en el destino del mundo entero. De modo que lo único sensato debe ser entender el crecimiento como el proceso a cuyo través cerramos más y más y más nuestro foco cognitivo rumbo a descubrir adentro nuestro al mundo entero. No hay otro modo de tener conciencia de todo, que ser la conciencia de todo. Pensarte feliz, y dotar así de felicidad a tu mundo. Es ahí donde te vuelves capaz de obrar milagros, porque al pensarte piensas al mundo y al decirte lo dices; hay un dentro de tí que comprende a todo tu afuera; eres como una conciencia colectiva. Pero obrar milagros de ese modo es carísimo, porque en presente, en cada presente, no puedes más particularizar tu amor sin traicionarte, no puedes cambiar el haz de un farol potente que ilumina a todo el barrio por el de un láser que dirige la misma capacidad lumínica a un punto solo que así se vuelve especial. Amar, por ejemplo, a una mujer en particular y elegir compartir con ella tu tiempo en el mundo denso, será siempre una decisión deliberadamente arbitraria, fruto de una selección que no hallarás cómo justificar que no sea por el entramado de circunstancias que iluminaron fatalmente justo su presencia para tí, de entre todas las que de a una u a puñados podríanse haber iluminado a tu paso. Ust y Nad continuaron todo el viaje reconociéndose, conversando, reflejándose. Incluyéndose. Nad conocía a Aib, y Ust sabía de Gracia por Aib. Cuando llegaron a la primera estación de la costa, a donde Ust se proponía llegar, ya no cabía en absoluto despedirse. No sabían cuándo volverían a verse, y no les importaba. Sabían que se habían encontrado.
by IaIr Menachem

November 20, 2015 at 03:29AM
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