AbracaAdabrá.Ediciones

miércoles, 21 de octubre de 2015

iairmenachem@fb ---> menachemedia

*** LAS PREGUNTAS FRACTALES DE TER *** iaIr menachem, 5776 Pésimo día para morir. La infelicidad es a la vida un modo más de su muerte misma; nada tan redundante y fútil como la muerte de un infeliz. Nada tan indignante como esa renuncia última al dolor de vivir por fin, con que ante los ojos de nadie se despide el infeliz de su oportunidad, para ya no ser. Eso se decía Ter, en un impasse de la labor extenuante de buscar excusas para vivir. Que nadie se va de este mundo con siquiera la mitad de su anhelo cumplido; y el mundo parece no habitarle más. Que si las más bellas joyas caen de sus manos a estrellarse contra el viento, que si sus palabras más finas son incomprensibles a oídos de sus presuntos pares, que si hasta el respirar ha perdido ya aquella tranquilizadora mecanicidad autómata de antaño, y alguna vez se le olvida. Que todo ha sido devuelto al arbitrio de su voluntad, y a ésta la conquistó el desgano. Porque una respuesta cabal a siquiera una de las preguntas críticas haría toda la diferencia, mas la perfidia… Por ejemplo, el último auto que se fundió: ¿pesaba sobre sí ya la sentencia, cuya ejecución sólo aguardaba a que alguien lo comprara? ¿O la sentencia pesaba sobre Ter, a modo de un virus o un olor nauseabundo comiendo desde dentro el tierno brote de su intención de comprar un auto, y eso le hubiera sucedido a cualquier auto que comprase? ¿Emanó de él y de su suerte el hecho de que ella no le devolviera nunca ese llamado? ¿O es que a quien fuera que la hubiera llamado en ese momento le hubiera sucedido lo mismo, porque abstenerse de devolver el llamado estaba en ese instante en el presente de ella? El ataque de pánico en el asiento del acompañante, ¿fue consecuencia directa de algo en su modo de conducir, o en la ruta; o habría tenido lugar en quien lo sufrió, inevitablemente, fueran cuales fueran las circunstancias objetivas? De haber, claro, tal cosa como circunstancias objetivas -se dijo-: esa pregunta está en el fondo de todas las preguntas. Pregunto al cedro que alborota sus ramas frente a mí si es para mí que empezó a mechar sus hojas de amarillo, o si también en mi ausencia se habría vestido así. Mas no sé si hay allí un cedro. No sé si haya, fuera de mí y de tí, tal cosa como un cedro. ¿Y si sólo se trata de una emoción determinada, un estado químico singular de la mente, al que consensuamos de algún modo experimentar a modo de un cedro amarilleando allí en frente? Y pongamos por caso que el cedro es cedro: ¿qué y cuánto hay de él en el modo en que yo lo concibo? A veces, el amarillo vivo de sus hojas otoñales me sabe a declinación; otras, es ancianidad que da luz con sólo ser. Me recuerdo danzando de pies prestos, al son de la misma melodía que provee argumento a este sentarme, hoy, a evitar hacer nada. Y megaherzios más o menos, la música es la misma música. ¿De veras es la misma música, cuando la ubico en un contexto completamente distinto? Si leí un libro de poemas, y luego te lo presté y lo leíste: ¿leímos el mismo libro? Aún más: el libro que me devolviste, ¿es el mismo que te di? Todo ésto es muy relevante. Porque si yo soy yo y mis circunstancias -como me dio a ver Ortega y Gasset-, entonces no hay un yo constante que abstraer de toda interacción, porque la vida se torna asible sólo tras haberme fermentado en el imparable borbotear de circunstancias que se despliegan desde lo más profundo de mí hasta distancias infinitas, convergiendo siempre a mi presente. Primero, mis circunstancias íntimas: mi estado de salud, mi nivel de cansancio, si tengo hambre, si estoy borracho, la cantidad y calidad de amor que experimento, etc.; con éstas y yo adquiero consistencia, me constituyo en un yo de nivel superior hacia la realización en densidad. Y entonces, en círculos concéntricos vertiginosos, comienzan a pegárseme las circunstancias externas a mí: las inmediatas, las próximas, las algo remotas, las lejanas, las que de ningún modo advertiré; y a cada paso, a cada vuelta de la espiral, el yo que venía suma al detalle de sus formas un nuevo nivel de circunstancias, para constituirse en una densificación mayor de mí, dibujado y labrado y lustrado y afilado con más y más detalle para la realización del yo aquél primero imprescindible, incognoscible, que proyecta sombra y no se ve. O, quizá, es al revés, y lo que hay es un mundo, una conciencia global, un ineludible almacén de todo lo posible, y yo soy apenas una proteína que transporta información a través de membranas recurrentes; y mi modo de transportar la información consiste en traducirla y retraducirla a cada ecosistema, rodarla en las metáforas más diversas; ora vivirla en sucesos o plasmarla en artefactos, o descubrirme pronunciándola a viva voz, o adivinarla en los signos que traza cada día el amarillo sobre el verde grave del cedro. Y entonces, las circunstancias que percibo, no son sino el modo en que se traduce la información que porto -para no perderse-, bajo las condiciones que le imponen las circunstancias más grandes, más altas, más remotas, que no veo. De allí la incomunicabilidad de mi mundo si ahondo en conocerlo, en conocerme. Pues cuanto me conozco me distingo, y así se extraña mi sistema semántico del de mis congéneres. ¡Que esa es la clave de todo! -se dijo Ter en alta voz; posó sus ojos en algún detalle ínfimo del cortinado como esperando ver a la relevancia destellar de las entrañas de la minucia, y se repitió como rogándose: pésimo día para morir. Porque es hasta innecesario. No ser feliz un instante es suicidarte en ese presente para siempre, es apagar algo de tí. Y así, cuando mi gratitud escapa a lo alto por mérito de una mariposa blanca que danzó justo ahora ante mis ojos: ¿estoy agradeciendo por el espectáculo sublime de sus alas?, ¿o estoy elevando en ofrenda este yo y mis circunstancias, capaz de advertir, y hasta hallar deleite, en las agraciadas piruetas de una mariposa blanca? Sin quererlo, Ter se vio compelido a enfrentar una larga serie de instantáneas de sus últimos años, que estaban ahora en cuestión. Dentro de la interrogante espiral, todo se ve distinto: basta que, desde el yo que eres, mires la instantánea de aquel momento desde otro ángulo, que pongas el foco de tu mirada en un punto de la imagen distinto al responsable de la visión que te hace sufrir. Entonces, el tipo ese que te está gritando que muevas tu carro cuyo motor se acaba de fundir, desaparece del primer plano, pierde relevancia, en favor de la experiencia grata de los que pararon a ofrecer ayuda y hasta te dejaron una botella de agua de regalo, o incluso en favor del instante en que te sentías desolado y de pronto sonreiste porque sí, y como ahora, todo cambió. Ves lo que quieres ver, y entonces, en un dominó espectacular, toda la cadena de consecuencias que se desprendían de cómo experimentabas aquel suceso, se ven modificadas por el modo en que lo experimentas ahora, desde el yo cuajado en las circunstancias de tu presente. Pero hay que ser muy cuidadosos -se interrumpió-, muy delicados. Demasiado fácil romper todo; y es otro modo de morir. Hay que sentarse y ordenar, catalogar, todos los cuentos. Ponerlos en orden cabal: ¿de adentro hacia fuera, o desde afuera hacia dentro? O capaz que la mariposa sí era para mí, e inevitablemente iba a juguetear en mi jardín, y lo maravilloso es que justo en ese presente yo fuera con mis circunstancias hábil de alimentarme de su vuelo. ¿Acaso sea sensato tomar al inicio todos los cuentos que están a una distancia o profundidad prudencial, y desde allí hacia fuera, y lo más íntimo, lo más frágil y explosivo, lo más próximo al abstracto, dejarlo para el final? Esto también es muy relevante. Pongamos por caso que empiezo por releer -que es reescribir dentro de mí- un cuento en particular, una dolencia que siempre creí que tendría y que entonces tengo: el cuento que aborde a continuación cargará con las circunstancias impuestas por cómo hayamos resuelto, yo y mis circunstancias, los cuentos nuevos que ya cargué al corazón. Mas no es una decisión que deba siquiera tomar -se sonrió, y exclamó entonces en pura risa: ¡es como volver a respirar! Que la deconstrucción de los cuentos es aire de libertad, y la mente sola propone los cuentos de acuerdo a un orden desafiante, como atravesando la espiral de circunstancias en sus años, sus distancias y emociones; y el dibujo es increíblemente bello, porque cada cuento enmendado, modificado, va y se ubica en mi experiencia de las circunstancias que le son propias, y entonces se suelta el mecanismo dominó y todo cambia en función de ese cuento, que será aún largamente modificado por la aplicación que yo atribuya a muchos otros de mis cuentos. Y lo fantástico es que, en todo ese juego de luces irrepetible, de reediciones concatenadas de los cuentos funcionando como un motor que renueva su propia energía, lo que se está produciendo es las circunstancias nuevas que sumadas al yo que hasta recién, consolidan mi presente. Pero el desgano. Porque a la postre, toda una fantástica colección de conjeturas no disimula el vacío de respuesta. Hay que hallar ese punto de equilibrio en que la modificación del cuento, y con él de la experiencia cognitiva, resulte de modo evidente en una modificación acorde, coherente, de todo lo demás; o la regla que produzca el mismo efecto en un punto cualquiera. Porque de lo contrario, al mudar y entremudar ceros y unos, estaré cual poniendo en manos de un mono frenético frente a un teclado la reprogramación de la vida. Era inevitable un rictus de amargura. Porque yo no puedo hallar nada; sólo constituirme, sobre el lecho de mis circunstancias, en el hallazgo mismo. Hallarme en la nube que veo, en el ruido que me molesta, en el guayabo que da fruto y en sus frutos, en el ruido u el silencio que me aturde, en el revólver, en la peripecia vital de Don Quijote y de Avrahám y de todo Macondo, en los puntos luminosos que hienden el texto oscuro de mi noche. No buscar nada; hallarme en todo. Ter se permitió un instante de éxtasis. La conclusión sabía bellísima; la saboreó una y otra vez, jugueteó la frase entre la lengua y el paladar. Y entonces cayó en la cuenta de que aún bella la conclusión, era inútil. Irrelevante por completo. Porque hallarme en todo, hallarme en cada punto de mis circunstancias, parece requerir que conozca todo, que me comunique con todo. Y aún así: ¿hallaré alivio, paz, en esa comunicación? ¿O será que muchas circunstancias individuales -digamos: el doblado de la servilleta roja en el bolsillo del chaleco del mozo del café-, por sí solas, aisladas del conjunto inabarcable de las circunstancias todas, me parecerán irritantes, inconvenientes, ridículas, tramposas, impenetrables o insulsas? Que entonces, la desazón sería mucho más terrible todavía, ¿y con qué objeto habría recorrido todo este camino, si saliese de él sujeto a una infelicidad compañera, irreductible por fin? Esa salida es otra trampa: hallarme en todo no puede requerir que conozca todo; hallarme en todo no puede requerir nada, puesto que estoy desde un inicio en todo lo que experimento u concibo, estoy entrañablemente ligado a mis circunstancias, que se modifican grácilmente hacia delante y hacia tras modificándome, al ritmo en que el arte de reescribir los cuentos se hace mío, al ritmo en que aprendo a pensar, a prever qué consecuencias derivarán de las opciones que cambio y elijo. El problema es que allí entra a jugar, conjeturalmente, el yo abstracto, ese imposible desde mí, que se propone respuesta al enigma de una sustancia sin circunstancia. Porque hay que elegir. Pésimo día para morir. Al pronunciarme así, he elegido una calificación, algo que define a mi día, desde la medición de cuán acorde le sea que las circunstancias de alguien mueran en él, que es en mí. Elijo todo, elijo todo el tiempo, y soy todo aquéllo entre lo que me toca escoger. Pongamos por caso que, en un presente cualquiera, experimento una compulsión a evacuar residuos intestinales de mi cuerpo. En lo más íntimo de mi comunicación con la circunstancia, mis esfínteres no dudan acerca de qué hacer; ya en lo exterior inmediato, yo sé qué cuento debo editar frente a esta circunstancia, para producir una situación, un yo de circunstancias que soportan lo que mi urgencia reclama. ¿Y por qué, entonces, apenas me alejo de mi propia fisiología, parece como si tuviera que elegir concientemente, como si tuviera que encerrar las distintas opciones de mí en categorías y calendarios, lo que sin duda traerá desdicha? ¿Por qué tengo que pretender conocimiento cabal de lo ignoto, para ilusionar la circunstancia de un piso bajo mis pies? Si es que estoy parado, y ello basta por prueba de suelo suficiente para mí. Hay que ir más adentro todavía, para poder salir con paz. La felicidad de unos instantes atrás se trocó otra vez en angustia. No; no es otra vez; ahora, la otredad necesaria para acaecer la produce la angustia misma, que no es la misma de siempre, que no es tampoco jamás igual a sí misma. ¿Por qué cada vez, en cada vuelta de la espiral, hay un punto en que creo estar justo casi a punto de tocar la respuesta, y entonces el pensamiento entero se despeña, se resigna a aceptar la hipótesis de la necesidad por buena, y dibuja alusiones perversas a los senderos inhóspitos del azar? Yo sé qué hay más adentro: son los confines del afuera. Es aterrador. Otra imagen que duele por años: tarde en la noche, unos policías necios me arrestan ante mis dos hijas pequeñas que lloran y suplican sin consuelo. Estaba habituado a ver en el centro de la foto a quien produjo por maldad la situación. Elijo experimentar ese momento, en presente como el dolor que no me abandona desde entonces, poniendo a mis hijas en vez, en el centro de la imagen: me veo impotente, soltando las riendas, privado de opción; me veo empujado a reaccionar desde la fe y vestir a mis hijas de promesas, que son desde entonces ejes tónicos de mi vida. Ahí estamos. Otra vez, como en la compulsión por evacuar mis residuos intestinales, una elección por defecto entre un único yo concebible, desde quien soy y mis circunstancias. Como cuando me toca elegir entre un plato que sé que me gusta, y otro respecto del cual registro que no. O como cuando tengo que elegir qué hacer con la idea de revolcarme desnudo en la nieve. O si de pronto se incorpora a mi realidad una circunstancia de hambre ajena, que se hace manifiesta junto a mi puerta. No hay hambre ajena, y el no gustarme un plato está unido al gusto que experimento por el otro, hasta que son la misma cosa tal gusto y tal disgusto, bajo sus circunstancias cada quien. Hay como un eje, notorio en la experiencia de mí mismo y que me conecta también a mi semejante, a lo otro, bajo determinadas circunstancias: cada experiencia que cruza ese eje, ofrece una única opción, que yo y mis circunstancias determinaré cómo vivir, cómo legar a las circunstancias futuras de mí esta experiencia. Cómo arribar a la densidad máxima en armonía activa, mutante, entre todos mis cuentos interminablemente reeditados cada vez más finos y probos y precisos; entre todas mis experiencias que dan forma a mis circunstancias, elegidas de entre todos mis modos de yo posibles. Ter dejó algunas monedas por el café, bajó lentamente a la rambla, y comenzó a caminar lentamente, atento en todas direcciones a la vez. Sed de información: al contacto de la atención, las cosas se vuelven relevantes. El pañuelo violeta de esa señora, el ronroneo del motor del Mercedes amarillo frente al semáforo en cuya base la pintura también amarilla se descascara, como en el techo del Mercedes que muestra su intimidad a manchones rojizos como los del líquen en la orilla rocosa del océano que parece ablandarse con diligencia ante tanto rojo, y se allega entre las rocas salpicando por doquier sus azules y sus verdes transparentes. Atrapada bajo una rueda del carro del manicero, media hoja de periódico en que se puede aún leer un titular; mas no hace falta leerlo: la mera circunstancia de sus colores, su tipo y tamaño de letra, en el contexto de lo que concibo esperable de ese periódico, ya hicieron el trabajo, ya produjeron modificaciones en mi presente. Las circunstancias finas, el ángulo preciso de los rayos del sol y mi punto de vista, confabulan un reflejo lumínico fabuloso desde los dos cubos de hielo en el vaso de whisky del anciano de traje en la terraza; es como un láser espontáneo. La luna es así de blanca por ser tan negra la noche, tal dicen; y a mí hoy me parece el negror de la noche pura negación del tanto blanco de la luna: éste es un caso precioso de reedición de cuentos que parecen intocables. Proteína conduciendo información a través de las membranas recurrentes, la pongo a dar volteretas de metáfora en metáfora hasta donde mi poesía llega. Y después, sin aspirar, actúo cual si aspirase a un poema mejor, más perfecto, más hábil de contener los confines de la circunstancia y traducirlos al lenguaje de allá dentro, en lo profundo del corazón. Y es ahí, ¡es ahí! -Ter frenó la marcha boquiabierto. Es que es ahí donde la sintonía del eje, que naturalmente es otra opción de yo que yo puedo elegir. El enigma de la sustancia libre de circunstancia, la paradoja de ser yo y las circunstancias que son también yo, que es yo y mis circunstancias que son también yo, etc. Eso que dio tono a experimentar mi sonrisa sin excusas y no al energúmeno que grita, que me hizo obedecer a la compulsión intestinal, que me dio una única opción ante el llanto de mis hijas, que me hace compartir el pan y celar de todo lo que parezca material de desperdicio en este mundo; esa sintonía de la que manan las certezas que descubro dentro mío cuando me desafío en los extremos. Eso, es algo que no muda, no cambia, no se acomoda; está mucho más adentro que el mecanismo de reedición de los cuentos todo. Porque cada vez que me noto en la cima de la única opción, resulta que estoy actuando desde el amor: a mí mismo, a la carne de mi carne, a mi semejante, a mi mundo todo en general y en detalle. Manifestación diáfana e inmanente de mi yo abstracto conjetural, del núcleo previo a la circunstancia, su hilo de plata reúne a la multiplicidad de datos a una única experiencia presente, que tiende a ser manifestación de amor. Inyectar amor en todas las circunstancias circundantes, recibir todo el amor que se libera en el efecto dominó que alcanza a las circunstancias mías, poner mucho más amor aún, disfrutar de amores enormes, ser amor. Entonces no voy a recurrir instintivamente al estudio para comprender ningún cuento, sino que ante todo me voy a ubicar en él, y lo voy a sumergir en el ígneo río de mi amor para sumarle a mis circunstancias; para fortalecer en él, en cada cuento, un amor nuevo, otro modo de -entre el inabarcable conjunto de los posibles- hacer amor. Pésimo día para morir. Recuerdo del bosque la lucha de dos gatos vecinos por la supremacía, y la delicia de unos hongos que había que adivinar bajo la arena y escarbar hasta alcanzarlos. Recuerdo un duelo entre dos concepciones de la vida felina en comunidad, y el pudor de un alimento selecto que pide paciencia y dedicación para librarse. Recuerdo lo que quiera porque no recuerdo nada, sino que releo en el presente de yo y mis circunstancias las formas de circunstancias otras. Moldeo el pasado de acuerdo a lo que el amor vive en presente, y al crecer el amor en todas direcciones me libra de la desdicha. Entonces: el ataque de pánico en el asiento del acompañante, ¿fue consecuencia directa de algo en mi modo de conducir, o de algo en la ruta?; ¿o habría tenido lugar en quien lo sufrió, inevitablemente, bajo cualquier conjunto de circunstancias, sin importar más que la pertinencia subjetiva de su ataque de pánico? Ahora, Ter se da cuenta que puede sonreir ante la pregunta misma, ante su irrelevancia patente. El ataque de pánico produce sus propias circunstancias, y el efecto dominó de cuanto yo edite y plante de amor en mis propias circunstancias puede tornar imposible un ataque de pánico en el presente éste. Pero -se interrumpe Ter-, ¡no puede ser! Otra vez, termina resultando que todo depende de mi elección. Que los soles que brillen en la noche darán testimonio de mi luz. Sólo que tantas preguntas desde la insensatez de querer saber me condujeron hasta el amor capaz de conocer sin saber más. A estimar en menos al detalle pedagógico de la norma, que al trompo de metáforas que iluminará cada faz de mis circunstancias, para ser unidad con ellas en el amor. Yo y mis circunstancias, y yo circunstancia de las tuyas y nosotros, tú y yo, circunstancias del mundo nuestro todo que se aviene a tornar hacia el amor si generosamente le amamos. Día ideal para vivir, cada día. ****************************** Rafa Gibelli Ariel Mastandrea Eduardo Abenia Victoria Aihar Julio Ginerman Silvia Ginerman Judy del Bosque Vered Ginerman-Bircz Iosi Ginerman Ariel Bruno Bircz Lauro Marauda Jorge Gómez Jiménez Jorge Dujan
by IaIr Menachem

October 21, 2015 at 08:33AM
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