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miércoles, 31 de julio de 2013

poesía del profeta que profesa espumas en la mar

contemplábamos el mar y se me escapó la mirada hasta hacer foco en la cresta de una ola lejana, que de pura gratitud hizo lo que le sale en lugar de sonrojarse que no sabe: desnudó para mí el crisol de colores vivos, en que se rompe la luz del sol poniente sobre la epidermis de sus burbujas blancas. otra aproximación a la que no me pude resistir me sumergió en las mieles de un rojo pastel, entre ladrillo y fucsia, ordenado unos veinte grados a babor del cenit de cada esfera de aire salado y húmedo, de cada esfera conquistada por la luz. dentro del rojo -de cada rojo- un apenas si hilo índigo y en él, a ojos que coquetean con la ubicuidad de la belleza, minúsculas hebras blanquecinas destellaban como clamando por conciencias que suplieran su trágico no saberse ni capaces ser de disfrutarse. 

algo en mí evaluaba las ganas de seguir zoomeando hacia dentro de la ola cuando ésta cumplió su ciclo y se rompió en miles de chispazos calmos a mis pies, para enseñarme que nada pasa si tú te quedas, que cada instante es eterno si lo piensas, que ninguna belleza te es ajena si te mueve al amor, que nada que seas capaz de amar estará ya más exento de virtudes buenas; y que la creación prodigiosa, hasta en sus más ínfimos detalles, halla antena en el poeta para vibrar en el túnel de transistores de todas las almas sensibles. ese mecanismo es, precisamente, al que los profetas que profesan del amor diseños veros, aluden al hablar de redención.

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