AbracaAdabrá.Ediciones

domingo, 14 de septiembre de 2014

Cartografía de mi alma que canta



Hay lugares que no aparecen sino en mi mapa.
Lugares que hacen al fantasma de un sueño que va siendo.
Encrucijadas. Cual el fardo de heno fresco y fragante
que me sirvió de cama ebria antenoche,
bajo el túnel preñado de estrellas que desafió a duelo galante
a los anhelos temerarios del techo.
Cual esas rutas que valsan y marchan y blusan, siempre otras,
o balan y aún rockean sobre el volante fácil de mi hogar,
devorando kilómetros lentos, siempre en el mismo lugar
en que estoy siempre, al que no acabo de llegar.
Hay lugares a los que no puedo invitarte si no me visto de tí:
cualquiera de mis bosques, claptonizado de luz crepuscular,
o el aroma frío del río, mareado de sol, al mediodía.
Ese temblor de mi guitarra blanca cuando toca mis caricias,
y es del blanco de las aves que dibujan en sus mapas
desde otro lado ese campo, donde la brisa lo canta,
donde el cielo es un libro de alas que invita
a comprender y enamorar el suelo. ¿Ves,
allí sobre las nubes, allende tí, donde se llueve el pavor?
Donde el sueño conciente prodiga amor a la muerte
para oirla, entre gemidos, jurar amor a la vida.
Ruedo entre la muchedumbre lugares ignotos,
cartografiando el alma de mi mundo sin pesar:
aromas fieles, un zorro perplejo, la nutria
que no posará para la foto. Un árbol rencoroso.
El lecho de agua verde que corre hacia el sur,
y el sur, que no sabe del agua. Entre los valles,
se erigen mis montes atrevidos, vacilantes.
Un mapa de todo lazos; un mundo de adjetivos
adictos a la sustancia de mi danza,
al fragor de mi apetito, a la pasión de vivir
y cruzar de viaje tu camino siendo tú:
el sueño de que saliste, debiendo el que voy siendo.
La soledad que se inmola para donarse al encuentro.
El alimento perfecto que entra por mis ojos,
que se digiere en las palabras que no digo,
que nutre al cuerpo de mi canto cómplice de tu sorpresa.
No ha de qué redimirme que no de mí.
Llevo en el alma un rastro de aromas, de poesía;
del corazón partido nació un rosal. Si acaso ves la postal,
me reconocerás en el iris arqueado de mi suelo,
señalando entre risas los riscos de pura miel,
las olas hirvientes y amigables. Mira lo que no ves:
aquí en tí, amor oportuno y fiel, a flor de pies.

iaIr menachem, Elul 5774