AbracaAdabrá.Ediciones

jueves, 27 de agosto de 2020

Viscicitudes de una Película que se sentía Impotente

Era una película sorda y muda. No contaba sino con la imagen para comunicarse.
Un hombre mudo la vio sin vincularse con ella. No oyó el mensaje que ella no decía, no articuló la respuesta que ella no podría escuchar.
Vinieron a verla de todos lados, sordos y ciegos, hombres normales y superdotados. Sus expresiones no pudieron doler a la película, incapaz de escuchar cuán póco la comprendían.
La  película  envejeció, y vinieron a verla los viejos. Algunos más sordos que ella, y casi ciegos.
Ninguna de ambas partes intentaba siquiera la comunicación. Cualquier intercambio sensorial les estaba vedado.
Nació así y se fortificó el vínculo afectivo entre ella y sus espectadores; apoyado en la incomprensión fundamental, que es una forma de empatía. Un vínculo que consistía en consensuar una identidad basada en el recuerdo, y compartir la nostalgia de viejos tiempos que la película habría de despertar. Vínculo de amor a resabios de una juventud recíprocamente perdida, y así ganada para la memoria postrer de colores y aromas inofensivos.
La película amó de pronto a sus antiguos y renovados espectadores, a los que nunca había escuchado ni oiría. Pero oyó, ahora sí, en su corazón de film, los comentarios cariñosos de sus espectadores mudos, que también hablaban.
Y todos, a excepción de la película, descubrieron y comprendieron de pronto ese mensaje tan pero tan obvio que la película jamás pretendería decir.

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de fondo, nos acompaña la melodía meditativa del Tzemach Tzedek, en versión de Nadav Bachar & Oren Tsor

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domingo, 23 de agosto de 2020

PreHistoria de la Viralidad: LA HISTORIA QUE TENIA PRISA

Tampoco quien me contó lo que les voy a relatar lo vio con sus propios ojos. Dicen que fue su abuelo (él no lo recuerda) quien se lo contó, aunque -probablemente- él tampoco lo vivió.
Dicen, en fin, que el abuelo iba caminando una vez, cuando se tropezó con un hombre que corría. Al chocar con el abuelo, el tipo se inclinó, le susurró la historia y reanudó su carrera sin más.
El  abuelo se apresuró a llamar a un policía, que interpeló al desconocido. Este declaró que había oído furtivamente la historia en medio  de una escena romántica en el cine: el tipo que estaba sentado delante de él se la estaba contando a su pareja. Repitió  la historia y salió corriendo otra vez, mientras el abuelo ya andaba a las corridas contando la historia a todo aquél que entorpecía su carrera.
Al  policía  lo arrestaron por andar  corriendo y murmurando al oído de sus superiores. Se lo vio escribir innumerables papeles en su celda, y esconderlos en las grietas del techo, del piso, de las paredes. Cuando se le terminó el papel se murió.
Los agentes que leyeron lo que el occiso había escrito comenzaron a escribir a su vez compulsivamente, y a poner papeles en los bolsillos de todos los transeúntes mientras patrullaban. Ni qué decir que todos salían corriendo enseguida a escribir. Se agotó el papel en la ciudad.
Dicen que, por la falta de papel, un tipo viajó a otra ciudad. Considerando muy extraño comportamiento eso de andar poniéndole papeles en el bolsillo a todo el mundo, las autoridades municipales lo encerraron en un hospital siquiátrico, en observación. Allí no tenía con qué escribir, de modo que se puso a cantar la historia con una melodía muy pegadiza. El director del manicomio mandó encerrar al enfermero cuando la comunicación con él se tornó imposible: silbaba constantemente, la misma tonada, sin parar. El director salió esa tarde para su casa muy cansado, silbando distraídamente. Pronto, la ciudad entera silbaba.
Hay versiones de que uno de los silbadores viajó a ver un espectáculo musical. Cuando el portero del teatro lo oyó silbar, pensó que sería uno de los músicos contratados. Acompañándole el ritmo con las manos, lo condujo al escenario. Los parlantes amplificaron silbido y aplausos, y toda la multitud comenzó a cantar desaforadamente el nuevo ritmo, acompañándolo con golpes de palmas. Los músicos contratados, que llegaron al rato, comenzaron como poseídos a tocar lo que el extranjero silbaba, el edificio entero vibró, y todos se fueron, aplaudiendo non-stop.
Al día siguiente la grabación del concierto fue transmitida una y otra vez por todas las radios. Las autoridades, mientras bailaban y palmoteaban, decidieron interrumpir el tránsito en la ciudad, porque los autos zigzagueaban todos más o menos igual, y terminaban chocando. En las oficinas, las dactilógrafas escribían todas la misma historia en un idioma desconocido, mientras tarareaban y bailaban frenéticamente. Los diarios y revistas comenzaron a salir todos los días con ese mismo y exacto texto, variando a veces detalles de puntuación.
Uno  de estos diarios llegó a un país lejano, al otro lado del océano, donde la historia fue interpretada teatralmente por la actriz que la leyó. En la sala oscura, los espectadores vibraron y se integraron con tanta naturalidad a la actuación como si estuviesen ya previstos en el guión. La gente se desinhibía, los había incluso que se quitaban la ropa, y la actriz siguió actuando, haciendo de mujer cual si con parejas diversas, mas sin encontrarse con nadie. Toda la noche y el día siguiente fueron de una danza muy sensual y deleitable, idéntica a sí misma hasta el infinito, en que cada quien se encerraba, cual si de una burbuja para todos los sentidos se tratara: tan intensa era la compulsión que ninguno de los que entraba a tratar de recuperar el orden se podía resistir, y en pocos segundos estaban alojados ya en sus propias burbujas individuales, idénticas a las de todos los demás. Pronto, la ciudad entera se encontraba danzando, de a uno, todos la misma danza, que atrapaba por completo la atención de todos y cada quien.
Mientras tanto, en la ciudad de los aplausos, la desidia y las llagas comenzaron a hacer efecto, y el ritmo había bajado un tanto. Cuentan que uno de sus pobladores se encontró por aquel tiempo con el abuelo, y quedó aturdido al oír su mensaje en el oído. El abuelo fue inmune a los aplausos, y siguió alocadamente su carrera.
Cuando uno de los danzantes llegó a la ciudad de los silbidos, en cambio, sufrió un cambio radical, como que su burbuja se hizo permeable, y comenzó a silbar a su vez.
Dice mi amigo que su abuelo cuenta que cierta vez, en el cine, se inclinó sobre una pareja vecina para susurrarles la historia, y escuchó que él se la estaba contando a ella. Una magia fulminante cayó sobre él, que lo hizo correr a su casa, por primera vez, para escribir ahora sí toda la historia. No pudo escribirla, porque ni bien se sentó la olvidó. No pudo sino escribir la historia de esa historia. Cuando mi amigo lo vio, se sentó a su lado a escribir una historia sobre la historia de una historia que su abuelo había oído una vez.
Hace  un rato vine a visitar a mi amigo a la casa de su abuelo. Quizá sea mejor que nadie me venga a buscar. Voy a intentar apaciguar a la bestia.


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