AbracaAdabrá.Ediciones

lunes, 21 de marzo de 2016

Estaba, y un día me di cuenta que seguía caminando, y que ya no estaba más. Y no obstante, seguía estando, tan dolorosamente como para saber que ser ya nunca me libraría de estar. Hay pinos y eucaliptus y cipreses que me traen el bosque mío a la conciencia a cada rato. A veces, son otras las cosas que me traen el bosque a la montaña, o dotan al manantial -que es grave- de las llaves de ay aquél (*) mar imponente. No hay señal alguna de la acacia. Y falta saber si falta la acacia, u acaso se disfraza de falta la acacia que sobra. No se nota una acacia objetiva cuya presencia u ausencia aceptar por evidente, sino apenas un tapiz de mis lenguajes, referentes, mis idiomas: de cómo se combinen para habilitarme a pensarla resultará la sustancia de la acacia, que envuelta entre dos capas de oro guardará el testimonio de la verdad, mientras que sólo en español, el fuego que alimenta alentará lo que llamaré hogar (lo que es doblemente una bellísima locura). Tanto camino para descubrir que todos los mundos menos algunos están aún por descubrir, ¡Ah!

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